domingo, 19 de diciembre de 2010

Volver a empezar

A Patrick le temblaban las manos mientras realizaba la prueba de lengua y matemáticas. Debía hacerla porque, de otro modo, no había forma de ubicarle en ningún curso. ¿Es peruano?, me pregunté a mí misma. No comprendía nada de lo que hablaba. Eran los nervios. Hacía tan sólo dos días que había aterrizado con su padre en España, dejaba en Lima a su madre, sus dos hermanas y a la abuelita. “Tranquilo”, le dije. “Pronto harás amigos en el colegio y lo pasarás en grande”. Al día siguiente, a la hora del patio, le observé con otro chico peruano del centro. No jugaban a fútbol. Estaban sentados sobre la vieja barandilla de madera viendo cómo el resto de los chicos lanzaban el balón. No hablaban pero se hacían compañía.

Alineación al centro

Crédito de la imagen

Tras el descanso, me tocaban clases de mate. Sí, alguien de letras puras explicando potencias y raíces cuadradas. Claro, ya sé lo que estás pensando. Yo también. Patrick asomó la cabeza por la puerta, “la directora me ha dicho que estoy en este curso”. Tomó asiento, sacó un pequeño cuaderno, un bolígrafo y alzó la cabeza.

Comenzamos la sesión tratando de comprender la propiedad distributiva. En un ejercicio concreto todos los alumnos de la clase se quedaron atascados, no conseguían encontrar una respuesta al problema. Entonces, Patrick se levantó y cogió el rotulador de color verde. Escribió en la destartalada pizarra su solución. “Es correcto”, afirmé. En ese mismo instante, Estela, una de las alumnas más brillantes de la clase, gritó de manera espontánea: “¡Ala!, lo sabe!”. Quedaban apenas cinco minutos para que finalizara la clase.

Nahikari Respaldiza

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