martes, 11 de enero de 2011

Con la misma emoción


Marisa llevaba casi treinta años dando clase de lengua a alumnos de la ESO. Ahora, había cambiado de ciudad y centro. Mañana es su primer día de clase y se siente igual de nerviosa que la primera vez que se puso delante de las fieras. Se preparó una tila y miró hacia atrás…

Siempre había tenido vocación de profesora, y tuvo suerte, porque al poco de finalizar la carrera encontró trabajo en un centro cerca del pueblo donde vivía. Marisa pensaba en los libros de texto, en las pizarras, en los trabajos repletos de tachones rojos que entregaba, en el montón de libros de lectura que había acumulado con los años. Mucho ha cambiado la educación desde entonces. Había aprendido a usar blogs, power point, sites y demás herramientas, y además, se sentía orgullosa de ello. Muchos le decían que ya no tenía edad para esas cosas de jóvenes, pero siempre respondía graciosa diciendo que aún era una adolescente.

Marisa enseñaba lengua y literatura. Le gustaba la lengua, pero estaba profundamente enamorada de la literatura. Intentaba donar parte de ese amor por las letras a sus alumnos, pero no era tarea fácil. Con los años las generaciones habían ido cambiando, y con ello, la forma de enseñar a amar la literatura también. A Marisa le gustaba la creatividad que tenían sus alumnos, y sabía que nunca serían tan capaces de soñar como a esa edad; por eso, sus alumnos escribían mucho. Había historias realmente buenas.

Siguió viajando entre sus años de docencia hasta que miró el reloj de la cocina. Eran casi las dos de la mañana y al día siguiente le esperaba un duro día de trabajo. Era treinta años más sabia que aquella primera vez, pero estaba igual de nerviosa. Y lo que es aún mejor, estaba igual de emocionada. Marisa seguía teniendo las mismas ganas enseñar que hacía treinta años.

Alba Estrada

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